Rodrigo Guendelman: “A los hombres se nos acaban las palabras”

Neuromarketing. Linda palabra. La conocí hace pocos días en la conferencia de un experto en esta nueva disciplina del marketing, que estudia el funcionamiento del cerebro en las decisiones de compra de un producto. Jurgen Klaric, un carismático estadounidense que habla perfecto español, expuso varias cosas interesantes. Pero a mí me quedó dando vueltas una en especial: las potentes diferencias entre machos y hembras. Según él, “es imposible entendernos entre hombres y mujeres porque codificamos diferente”. Así de enfático. Y para muestra, nos regaló un dato inolvidable a los asistentes, un número que de seguro permanecerá en mi disco duro por el resto de los días de mi vida. Es el siguiente: “las mujeres hablan 14 mil palabras al día, los hombres no más de cuatro mil. Puede cambiar el país, el idioma, la cultura y el número final, pero no la relación. Ésta es siempre de 3 a 1”. Maravilloso, ¿no? A mí me parece que explica demasiadas cosas.

Por ejemplo, ayuda a entender a ese tipo que llega cansado a las nueve de la noche a su casa, que sólo quiere un control remoto, una cerveza y, después, su almohada. Y que interrogado por su mujer acerca de su día en la oficina, contesta “bien”; sondeado por ella acerca del almuerzo con los ex compañeros de colegio, contesta, “estuvo bueno” y, llamado a opinar por esa misma compañera de vida acerca de los cambios de color del muro del living, contesta “bonito”. ¿Por qué tan breve? Por una simple razón: “A los hombres se nos acaban las palabras”, dice Jurgen Klaric. En cambio, a esa hora de la jornada, a las mujeres todavía les quedan unas cuatro o cinco mil palabras que liberar. No se trata de un dato antojadizo o machista. Para nada. Es más, todo lo contrario. Tiene que ver con nuestro cerebro.

Si seguimos la línea teórica del doctor Paul D. Mac Lean, quien  hace medio siglo dividió este órgano en tres partes, es decir córtex (funcional, lógico), sistema límbico (emocional) y reptil (de sobrevivencia), el asunto es tan simple como que los hombres somos fundamentalmente córtex y las mujeres son principalmente límbicas. O sea, nosotros estamos dirigidos y muchas veces amurallados por la racionalidad, por lo analítico; mientras que ellas están definidas por una zona del cerebro que es miles de veces más poderosa: esa que tiene que ver con las emociones, la intuición, la memoria, las sensaciones. Por si fuera poco, para las mujeres resulta mucho más fácil moverse entre ambos sectores del cerebro, lo que es propio de los líderes; en cambio son muy pocos los hombres que declaran abiertamente que quieren ser más emocionales.

Volvamos ahora a las palabras. Las 14 mil versus las 4 mil. Es cierto que parece algo satírico plantearlo como que ellas sufren de incontinencia verbal y que nosotros no sabemos cómo bypassear a la bruja parlanchina cuando llegamos al DFL 2. Que soñamos con que hayan llamado a las amigas, a las hermanas y a la mamá antes de nuestra vuelta a casa para no tener que enfrascarnos en diálogos (en realidad monólogos) del tipo “o sea que ya no me hablas porque no me quieres?”o “tienes a otra, ¿cierto?, ¿por eso es que estás tan poco comunicativo?” o “tenemos que hablar, hay varios temas de nuestra relación que están pendientes”. Ufff, claro que nos angustiamos.

Pero eso pasa porque seguimos siendo cazadores de mamuts con visión de túnel (ellas tienen visión periférica), únicamente capaces de hacer una cosa a la vez, lobos solitarios que pasábamos todo el día en las praderas esperando a la presa, mientras ellas se quedaban en la cueva con las otras mujeres, con los hijos, recolectando, amamantando, hablando, aprendiendo de las otras mujeres (“¿qué es el chisme sino eso, aprender a través de la información que dan las pares?”, dice Jurgen Klaric).

Es así como ellas desarrollaron esas habilidades blandas que hoy las tienen como  reinas del Management. Nosotros en cambio, tenemos dificultades para salir del ámbito de la razón y para usar esa palabra tan de moda: empatizar. Hablamos poco porque nos cuesta, somos limitados en el stock de palabras y vemos cómo se nos exige algo que no está en nuestra biología. Es tajante y hay que asumirlo: hoy en día, la que habla más es la que dice la última palabra. 

Por Rodrigo Guendelman

www.guendelman.cl

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